Hay lugares que no se cuentan, se sienten y Melilla es uno de ellos. Una ciudad que vibra entre dos continentes, Europa y África y que muestra en cada rincón una historia milenaria, una mezcla de culturas que no se explica, se vive.
Melilla no es solo un destino, es una experiencia que no te puedes perder. Pasear por su ciudadela amurallada, la imponente Melilla La Vieja, es retroceder en el tiempo entre bastiones, túneles y vistas al mar que cortan la respiración. Aquí, la historia se toca con las manos y el alma se llena del susurro de calles curtidas por el cruce de las civilizaciones que la vieron crecer. Fenicios, romanos, bereberes, andalusíes, castellanos… Todos dejaron su huella en esta tierra abierta al mar.
Esa herencia parió una convivencia que se respira, donde el sonido de las campanas se entrelaza con la llamada a la oración del almuecín, donde iglesias, mezquitas, sinagogas y templos hindúes se alzan en armonía a pocos metros unos de otros. Cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, gitanos romaníes comparten barrios, fiestas, lenguas y costumbres, construyendo día a día una ciudad mestiza que no solo tolera la diferencia, sino que la celebra. Melilla es ejemplo de respeto, de mezcla, de paz vivida con naturalidad. Aquí no se convive a pesar de las diferencias, sino gracias a ellas.
Pero Melilla también es modernismo, con una arquitectura que solo Barcelona puede igualar en cantidad de edificios modernistas por metro cuadrado. Es arte en las fachadas, en las plazas y en los colores. Es sabor a mar en cada plato de pescado fresco, a especias del sur en sus mercados, a dulzura morisca en sus teterías.
Y ahora, Melilla abre sus brazos al mar. A través de esta nueva ruta de cruceros, te invita a descubrir su belleza tranquila, su gente hospitalaria, su sol constante y su alma abierta. Porque Melilla no se parece a ninguna otra ciudad… y quizá por eso, cuando la conoces, ya no la olvidas.
